18
Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa
no existe nada bueno. Quiero hacer lo que es correcto, pero no puedo.
19
Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo hago. No quiero hacer lo que está mal, pero igual lo hago.
20
Ahora, si hago lo que no quiero hacer, realmente no soy yo el que hace lo que está mal, sino el pecado que vive en mí.
21
He descubierto el siguiente principio de vida: que cuando quiero hacer lo que es correcto, no puedo evitar hacer lo que está mal.
22
Amo la ley de Dios con todo mi corazón,
23
pero hay otro poder
dentro de mí que está en guerra con mi mente. Ese poder me esclaviza al pecado que todavía está dentro de mí.
24
¡Soy un pobre desgraciado! ¿Quién me libertará de esta vida dominada por el pecado y la muerte?
25
¡Gracias a Dios! La respuesta está en Jesucristo nuestro Señor. Así que ya ven: en mi mente de verdad quiero obedecer la ley de Dios, pero a causa de mi naturaleza pecaminosa, soy esclavo del pecado.