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Confusa y perturbada, María trató de pensar lo que el ángel quería decir.
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—No tengas miedo, María —le dijo el ángel—, ¡porque has hallado el favor de Dios!
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Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.
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Él será muy grande y lo llamarán Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David.
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Y reinará sobre Israel
para siempre; ¡su reino no tendrá fin!
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—¿Pero cómo podrá suceder esto? —le preguntó María al ángel—. Soy virgen.
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El ángel le contestó:
—El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo tanto, el bebé que nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios.
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Además, tu parienta Elisabet, ¡quedó embarazada en su vejez! Antes la gente decía que ella era estéril, pero ha concebido un hijo y ya está en su sexto mes de embarazo.
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Pues nada es imposible para Dios.
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María respondió:
—Soy la sierva del Señor. Que se cumpla todo lo que has dicho acerca de mí.
Y el ángel la dejó.
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María visita a Elisabet
Pocos días después, María fue de prisa a la zona montañosa de Judea, al pueblo
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donde vivía Zacarías. Entró en la casa y saludó a Elisabet.
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Al escuchar el saludo de María, el bebé de Elisabet saltó en su vientre y Elisabet se llenó del Espíritu Santo.
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Elisabet dio un grito de alegría y le exclamó a María:
—Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y tu hijo es bendito.
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¿Por qué tengo este honor, que la madre de mi Señor venga a visitarme?
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Cuando escuché tu saludo, el bebé saltó de alegría en mi vientre.
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Eres bendita porque creíste que el Señor haría lo que te dijo.
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El Magníficat: canción de alabanza de María
María respondió:
—Oh, cuánto alaba mi alma al Señor.
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¡Cuánto mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador!
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Pues se fijó en su humilde sierva,
y de ahora en adelante todas las generaciones me llamarán bendita.
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Pues el Todopoderoso es santo
y ha hecho grandes cosas por mí.