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Pero ella se enojó con él
y volvió a la casa de su padre, en Belén.
Unos cuatro meses después,
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su marido viajó a Belén para hablar personalmente con ella y convencerla de que regresara. Llevó consigo a un siervo y a un par de burros. Cuando llegó a
la casa del padre, este lo vio y le dio la bienvenida.
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Le insistió a quedarse por un tiempo, así que pasó allí tres días, comiendo, bebiendo y durmiendo.
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Al cuarto día, el hombre se levantó temprano y estaba listo para partir, pero el padre de la mujer le dijo a su yerno: «Come algo antes de irte».
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Así que los dos hombres se sentaron a comer y beber juntos. Luego el padre de la mujer le dijo: «Quédate, por favor, otra noche y diviértete».
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El hombre se levantó para irse, pero su suegro siguió insistiendo en que se quedara, así que al final cedió y pasó allí otra noche.
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A la mañana del quinto día, el hombre se levantó temprano nuevamente, listo para partir, pero una vez más el padre de la mujer le dijo: «Come algo; después podrás irte esta tarde». Así que se pasaron otro día de festejo.
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Más tarde, mientras el hombre, su concubina y el siervo se preparaban para marcharse, el suegro le dijo: «Mira, está atardeciendo. Quédate esta noche y diviértete. Mañana podrás levantarte temprano y marcharte».
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Pero esta vez, el hombre estaba decidido a irse. Así que tomó a sus dos burros ensillados y a su concubina, y se dirigió a Jebús (es decir, Jerusalén).
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Ya era tarde cuando se acercaron a Jebús, y el siervo le dijo:
—Paremos en esta ciudad jebusea y pasemos aquí la noche.
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—No —le dijo su amo—, no podemos quedarnos en esta ciudad extranjera donde no hay israelitas. Seguiremos, en cambio, hasta Guibeá.