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Fui a Jerusalén y a las otras ciudades de Judá, y sus reyes y funcionarios bebieron de la copa. Desde ese día hasta ahora ellos han sido una ruina desolada, un objeto de horror, desprecio y maldición.
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Le di la copa al faraón, rey de Egipto, a sus asistentes, a sus funcionarios y a todo su pueblo,
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junto con todos los extranjeros que vivían en esa tierra. También se la di a todos los reyes de la tierra de Uz, a los reyes de las ciudades filisteas de Ascalón, Gaza y Ecrón, y a lo que queda de Asdod.
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Después les di la copa a las naciones de Edom, Moab y Amón,
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a los reyes de Tiro y Sidón, y a los reyes de las regiones al otro lado del mar.
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Se la di a Dedán, a Tema, a Buz y a la gente que vive en lugares remotos.
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Se la di a los reyes de Arabia, a los reyes de las tribus nómadas del desierto
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y a los reyes de Zimri, Elam y Media.
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Se la di a los reyes de los países del norte, lejanos y cercanos, uno tras otro, es decir a todos los reinos del mundo. Finalmente, el mismo rey de Babilonia
bebió de la copa del enojo del Señor
.
27
Entonces el Señor
me dijo: «Ahora diles: “Esto dice el Señor
de los Ejércitos Celestiales, Dios de Israel: ‘Beban de la copa de mi enojo. Emborráchense y vomiten; caigan para nunca más levantarse, porque envío guerras terribles contra ustedes’”.
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Ahora bien, si se niegan a aceptar la copa, diles: “El Señor
de los Ejércitos Celestiales dice: ‘No les queda más que beberla.