9
¿Llevaría yo a esta nación al punto de nacer
para después no dejar que naciera? —pregunta el Señor
—.
¡No! Nunca impediría que naciera esta nación
—dice su Dios—.
10
»¡Alégrense con Jerusalén!
Gócense con ella, todos ustedes que la aman
y ustedes que se lamentan por ella.
11
Beban abundantemente de su gloria,
como bebe un pequeño hasta saciarse de los pechos consoladores de su madre».
12
Esto dice el Señor
:
«Yo le daré a Jerusalén un río de paz y de prosperidad.
Las riquezas de las naciones fluirán hacia ella.
Sus hijos se alimentarán de sus pechos,
serán llevados en sus brazos y sostenidos en sus piernas.
13
Los consolaré allí, en Jerusalén,
como una madre consuela a su hijo».
14
Cuando vean estas cosas, su corazón se alegrará.
Florecerán como la hierba.
Todos verán la mano de bendición del Señor
sobre sus siervos,
y su ira contra sus enemigos.
15
Miren, el Señor
viene con fuego,
y sus veloces carros de guerra retumban como un torbellino.
Él traerá castigo con la furia de su ira
y con el ardiente fuego de su dura reprensión.
16
El Señor
castigará al mundo con fuego
y con su espada.
Juzgará a la tierra
y muchos morirán a manos de él.
17
«Los que se “consagran” y se “purifican” en un huerto sagrado con su ídolo en el centro, celebrando con carne de cerdo, de rata y con otras carnes detestables, tendrán un final terrible», dice el Señor
.
18
«Yo puedo ver lo que están haciendo y sé lo que están pensando. Por eso reuniré a todas las naciones y a todos los pueblos, y ellos verán mi gloria.
19
Realizaré una señal entre ellos y enviaré a los sobrevivientes a que lleven mi mensaje a las naciones: a Tarsis, a los libios
y a los lidios
(que son famosos arqueros), a Tubal y a Grecia
y a todas las tierras más allá del mar que no han oído de mi fama ni han visto mi gloria. Allí declararán mi gloria ante las naciones.