2
Tanto los ídolos como sus dueños se doblegan.
Los dioses no pueden proteger a la gente,
y la gente no puede proteger a los dioses;
juntos van al cautiverio.
3
«Escúchenme, descendientes de Jacob,
todos los que permanecen en Israel.
Los he protegido desde que nacieron;
así es, los he cuidado desde antes de nacer.
4
Yo seré su Dios durante toda su vida;
hasta que tengan canas por la edad.
Yo los hice y cuidaré de ustedes;
yo los sostendré y los salvaré.
5
»¿Con quién me compararán?
¿Quién es igual que yo?
6
Hay quienes derrochan su plata y su oro
y contratan a un artesano para que de estos les haga un dios.
Luego, ¡se inclinan y le rinden culto!
7
Lo llevan sobre los hombros
y cuando lo bajan, allí se queda.
¡Ni siquiera se puede mover!
Cuando alguien le dirige una oración, no obtiene respuesta;
no puede rescatar a nadie de sus dificultades.
8
»¡No olviden esto! ¡Ténganlo presente!
Recuérdenlo, ustedes los culpables.
9
Recuerden las cosas que hice en el pasado.
¡Pues solo yo soy Dios!
Yo soy Dios, y no hay otro como yo.
10
Solo yo puedo predecir el futuro
antes que suceda.
Todos mis planes se cumplirán
porque yo hago todo lo que deseo.
11
Llamaré a una veloz ave de rapiña desde el oriente,
a un líder de tierras lejanas, para que venga y haga lo que le ordeno.
He dicho lo que haría,
y lo cumpliré.
12
»Escúchame, pueblo terco,
que estás tan lejos de actuar con justicia.
13
Pues estoy listo para rectificar todo,
no en un futuro lejano, ¡sino ahora mismo!
Estoy listo para salvar a Jerusalén
y mostrarle mi gloria a Israel.