25
El rey contestó:
—No, hijo mío. Si fuéramos todos, seríamos mucha carga para ti.
Entonces Absalón insistió, pero aun así el rey dijo que no iría, aunque le dio su bendición.
26
—Bien —le dijo al rey—, si no puedes ir, ¿por qué no envías a mi hermano Amnón con nosotros?
—¿Por qué a Amnón? —preguntó el rey.
27
Pero Absalón siguió insistiendo hasta que por fin el rey accedió y dejó que todos sus hijos asistieran, entre ellos Amnón. Así que Absalón preparó un banquete digno de un rey.
28
Absalón les dijo a sus hombres:
—Esperen hasta que Amnón se emborrache; entonces, a mi señal, ¡mátenlo! No tengan miedo. Yo soy quien da la orden. ¡Anímense y háganlo!
29
Por lo tanto, cuando Absalón dio la señal, mataron a Amnón. Enseguida los otros hijos del rey montaron sus mulas y huyeron.
30
Mientras iban de regreso a Jerusalén, a David le llegó este informe: «Absalón mató a todos los hijos del rey, ¡ninguno quedó con vida!».
31
Entonces el rey se levantó, rasgó su túnica y se tiró al suelo. Sus consejeros también rasgaron sus ropas en señal de horror y tristeza.
32
Pero justo en ese momento, Jonadab el hijo de Simea, hermano de David, llegó y dijo:
—No, no crea que todos los hijos del rey están muertos, ¡solamente Amnón! Absalón había estado tramando esto desde que Amnón violó a su hermana Tamar.
33
No, mi señor el rey, ¡no todos sus hijos están muertos! ¡Solo murió Amnón!
34
Mientras tanto, Absalón escapó.
En ese momento, el centinela que estaba sobre la muralla de Jerusalén vio a una multitud descendiendo de una colina por el camino desde el occidente. Entonces corrió y le dijo al rey:
—Veo a una multitud que viene por el camino de Horonaim por la ladera de la colina.
35
—¡Mire! —le dijo Jonadab al rey— ¡allí están! Ya vienen los hijos del rey, tal como dije.