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Tres destacamentos de asalto pronto salieron del campamento de los filisteos. Uno fue al norte hacia Ofra, en la tierra de Sual;
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otro fue al occidente, a Bet-horón, y el tercero avanzó hacia la frontera sobre el valle de Seboim, cerca del desierto.
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No había herreros en la tierra de Israel en esos días. Los filisteos no los permitían, por miedo a que forjaran espadas y lanzas para los hebreos.
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Entonces cada vez que los israelitas necesitaban afilar sus rejas de arado, picos, hachas y hoces,
tenían que llevarlos a un herrero filisteo.
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(Lo que cobraban era lo siguiente: ocho gramos
de plata por afilar una reja de arado o un pico, y cuatro gramos
por afilar un hacha, una hoz o una aguijada para bueyes).
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Por eso el día de la batalla, nadie del pueblo de Israel tenía espada o lanza, excepto Saúl y Jonatán.
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El paso de Micmas, mientras tanto, había sido asegurado por un contingente del ejército filisteo.