2
—¿Ah sí? —replicó el faraón—. ¿Y quién es ese Señor
? ¿Por qué tendría que escucharlo y dejar ir a Israel? Yo no conozco a ese tal Señor
y no dejaré que Israel se vaya.
3
Pero Aarón y Moisés insistieron:
—El Dios de los hebreos nos ha visitado —declararon—. Por lo tanto, déjanos hacer un viaje de tres días al desierto a fin de ofrecer sacrificios al Señor
nuestro Dios. Si no lo hacemos, nos matará con una plaga o a filo de espada.
4
El faraón respondió:
—Moisés y Aarón, ¿por qué distraen al pueblo de sus tareas? ¡Vuelvan a trabajar!
5
Miren, hay muchos de su pueblo en esta tierra y ustedes les impiden continuar su labor.
6
Ladrillos sin paja
Ese mismo día, el faraón dio la siguiente orden a los capataces egipcios y a los jefes de cuadrilla israelitas:
7
«Ya no les provean paja para hacer los ladrillos. ¡Hagan que ellos mismos vayan a buscarla!
8
Pero exíjanles que sigan fabricando la misma cantidad de ladrillos que antes. No reduzcan la cuota. Son unos perezosos; por eso claman: “Déjanos ir a ofrecer sacrificios a nuestro Dios”.
9
Cárguenlos con más trabajo. ¡Háganlos sudar! Así aprenderán a no dejarse llevar por mentiras».
10
Entonces los capataces y los jefes de cuadrilla salieron a informarle al pueblo: «El faraón dice lo siguiente: “Ya no les proporcionaré paja.
11
Tendrán que ir ustedes mismos a conseguirla por donde puedan. ¡Pero deberán producir la misma cantidad de ladrillos que antes!”».
12
Así que el pueblo se dispersó por todo Egipto en busca de hierba seca para usar como paja.