2
Les pedí al sacerdote Urías y a Zacarías, hijo de Jeberequías, ambos conocidos como hombres honrados, que fueran testigos de lo que yo hacía.
3
Después me acosté con mi esposa y ella quedó embarazada, y dio a luz un hijo. Y el Señor
me dijo: «Ponle por nombre Maher-shalal-hash-baz.
4
Pues antes de que este hijo tenga edad suficiente para decir “papá” o “mamá”, el rey de Asiria se llevará la abundancia de Damasco y las riquezas de Samaria».
5
Entonces el Señor
volvió a hablar conmigo y me dijo:
6
«Mi cuidado del pueblo de Judá es como el delicado fluir de las aguas de Siloé, pero ellos lo han rechazado. Se alegran por lo que les sucederá al
rey Rezín y al rey Peka.
7
Por lo tanto, el Señor los arrollará con una poderosa inundación del río Éufrates,
el rey de Asiria con toda su gloria. La inundación desbordará todos los canales
8
y cubrirá a Judá hasta la barbilla. Extenderá sus alas y sumergirá a tu tierra de un extremo al otro, oh Emanuel.
9
»Reúnanse, naciones, y llénense de terror.
Escuchen, todas ustedes, tierras lejanas:
prepárense para la batalla, ¡pero serán aplastadas!
Sí, prepárense para la batalla, ¡pero serán aplastadas!
10
Convoquen a sus asambleas de guerra, pero no les servirán de nada;
desarrollen sus estrategias, pero no tendrán éxito,
¡porque Dios está con nosotros!».
11
Un llamado a confiar en el Señor
El Señor
me dio una firme advertencia de no pensar como todos los demás. Me dijo:
12
«No llames conspiración a todo, como hacen ellos,
ni vivas aterrorizado de lo que a ellos les da miedo.