3
Se decían unos a otros:
«¡Santo, santo, santo es el Señor
de los Ejércitos Celestiales!
¡Toda la tierra está llena de su gloria!».
4
Sus voces sacudían el templo hasta los cimientos, y todo el edificio estaba lleno de humo.
5
Entonces dije: «¡Todo se ha acabado para mí! Estoy condenado, porque soy un pecador. Tengo labios impuros, y vivo en medio de un pueblo de labios impuros; sin embargo, he visto al Rey, el Señor
de los Ejércitos Celestiales».
6
Entonces uno de los serafines voló hacia mí con un carbón encendido que había tomado del altar con unas tenazas.
7
Con él tocó mis labios y dijo: «¿Ves? Este carbón te ha tocado los labios. Ahora tu culpa ha sido quitada, y tus pecados perdonados».
8
Después oí que el Señor preguntaba: «¿A quién enviaré como mensajero a este pueblo? ¿Quién irá por nosotros?».
—Aquí estoy yo —le dije—. Envíame a mí.
9
Y él me dijo:
—Bien, ve y dile a este pueblo:
“Escuchen con atención, pero no entiendan;
miren bien, pero no aprendan nada”.
10
Endurece el corazón de este pueblo;
tápales los oídos y ciérrales los ojos.
De esa forma, no verán con sus ojos,
ni oirán con sus oídos,
ni comprenderán con su corazón
para que no se vuelvan a mí en busca de sanidad.
11
Entonces yo dije:
—Señor, ¿cuánto tiempo durará esto?
Y él contestó:
—Hasta que sus ciudades queden vacías,
sus casas queden desiertas
y la tierra entera quede seca y baldía;
12
hasta que el Señor
haya mandado a todos lejos
y toda la tierra de Israel quede desierta.
13
Si aún sobrevive una décima parte, un remanente,
volverá a ser invadida y quemada.
Pero así como el terebinto o el roble dejan un tocón cuando se cortan,
también el tocón de Israel será una semilla santa.