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En ese momento, el ángel del Señor
lo llamó desde el cielo:
—¡Abraham! ¡Abraham!
—Sí —respondió Abraham—, ¡aquí estoy!
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—¡No pongas tu mano sobre el muchacho! —dijo el ángel—. No le hagas ningún daño, porque ahora sé que de verdad temes a Dios. No me has negado ni siquiera a tu hijo, tu único hijo.
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Entonces Abraham levantó los ojos y vio un carnero que estaba enredado por los cuernos en un matorral. Así que tomó el carnero y lo sacrificó como ofrenda quemada en lugar de su hijo.
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Abraham llamó a aquel lugar Yahveh-jireh (que significa «el Señor
proveerá»). Hasta el día de hoy, la gente todavía usa ese nombre como proverbio: «En el monte del Señor
será provisto».
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Luego el ángel del Señor
volvió a llamar a Abraham desde el cielo.
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—El Señor
dice: Ya que me has obedecido y no me has negado ni siquiera a tu hijo, tu único hijo, juro por mi nombre que
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ciertamente te bendeciré. Multiplicaré tu descendencia
hasta que sea incontable, como las estrellas del cielo y la arena a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos;
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y mediante tu descendencia, todas las naciones de la tierra serán bendecidas. Todo eso, porque me has obedecido.
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Luego volvieron al lugar donde estaban los siervos y viajaron de regreso a Beerseba, donde Abraham siguió habitando.
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Poco tiempo después, Abraham oyó que Milca, la esposa de su hermano Nacor, le había dado a Nacor ocho hijos.
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El mayor se llamaba Uz, el siguiente era Buz, seguido por Kemuel (antepasado de los arameos),
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Quésed, Hazó, Pildás, Jidlaf y Betuel.
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(Betuel fue el padre de Rebeca). Además de esos ocho hijos de Milca,
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Nacor tuvo otros cuatro hijos con su concubina Reúma. Sus nombres eran Teba, Gahán, Tahás y Maaca.