23
»”¡Qué aflicción te espera!, dice el Señor
Soberano. Además de todas tus otras perversidades,
24
edificaste un santuario pagano y levantaste altares a ídolos en la plaza de cada ciudad.
25
En cada esquina contaminaste tu belleza ofreciendo tu cuerpo a todo el que pasaba, en una interminable ola de prostitución.
26
Luego agregaste a tu lista de amantes al lujurioso Egipto y provocaste mi enojo con tu creciente promiscuidad.
27
Por eso te golpeé con mi puño y reduje tu territorio. Te entregué en manos de tus enemigos, los filisteos, y hasta ellos quedaron horrorizados ante tu conducta depravada.
28
También te prostituiste con los asirios. ¡Parece que nunca te cansas de buscar nuevos amantes! Después de prostituirte con los asirios, tampoco quedaste satisfecha.
29
Por si fueran pocos tus amantes, también te abrazaste a Babilonia,
el territorio de los mercaderes, pero ni aun así quedaste satisfecha.
30
»”¡Qué enfermo tienes el corazón!, dice el Señor
Soberano, para hacer semejantes cosas comportándote como una prostituta desvergonzada.
31
Edificas tus santuarios paganos en cada esquina y construyes en cada plaza los altares para tus ídolos. En realidad, has sido peor que una prostituta, tan desesperada por pecar que ni siquiera exigías que te pagaran.
32
Sí, eres una esposa adúltera que recibe a extraños en lugar de a su propio marido.
33
Las prostitutas cobran por sus servicios, ¡pero tú no! Les das regalos a tus amantes, los sobornas para que tengan sexo contigo.