10
Y dijo Judá: Las fuerzas de los acarreadores se han enflaquecido, y el escombro es mucho, y no podemos edificar el muro.
11
Y nuestros enemigos dijeron: No sepan, ni vean, hasta que entremos en medio de ellos, y los matemos, y hagamos cesar la obra.
12
Pero sucedió, que cuando vinieron los judíos que habitaban entre ellos, nos dieron aviso diez veces de todos los lugares de donde volvían a nosotros.
13
Entonces puse por los bajos del lugar, detrás del muro, en las alturas de los peñascos, puse el pueblo por familias con sus espadas, con sus lanzas, y con sus arcos.
14
Después miré, y me levanté, y dije a los principales y a los magistrados, y al resto del pueblo: No temáis delante de ellos; acordaos del Señor grande y terrible, y pelead por vuestros hermanos, por vuestros hijos y por vuestras hijas, por vuestras mujeres y por vuestras casas.
15
Y sucedió que cuando oyeron nuestros enemigos que lo habíamos entendido, Dios disipó el consejo de ellos, nos volvimos todos al muro, cada uno a su obra.
16
Mas fue que desde aquel día la mitad de los jóvenes trabajaban en la obra, y la otra mitad de ellos tenía lanzas y escudos, y arcos, y corazas; y los príncipes estaban tras toda la casa de Judá.
17
Los que edificaban en el muro, y los que llevaban cargas y los que cargaban, con una mano trabajaban en la obra, y en la otra tenían la espada.
18
Porque los que edificaban, cada uno tenía su espada ceñida a sus lomos, y así edificaban y el que tocaba la trompeta estaba junto a mí.
19
Y dije a los principales, y a los magistrados y al resto del pueblo: La obra es grande y larga, y nosotros estamos apartados en el muro, lejos los unos de los otros.
20
En el lugar donde oyereis la voz de la trompeta, reuníos allí a nosotros; nuestro Dios peleará por nosotros.
21
Y nosotros trabajábamos en la obra; y la mitad de ellos tenían lanzas desde la subida del alba hasta que salían las estrellas.
22
También dije entonces al pueblo: Cada uno con su criado se quede dentro de Jerusalén, y hágannos de noche centinela, y de día a la obra.
23
Y ni yo, ni mis hermanos, ni mis siervos, ni la gente de guardia que me seguía, desnudamos nuestro vestido; cada uno se desnudaba solamente para lavarse.