2
Nadie puede decirle nada;
rechaza toda corrección.
No confía en el Señor
ni se acerca a su Dios.
3
Sus líderes son como leones rugientes
en cacería de sus víctimas.
Sus jueces son como lobos voraces al anochecer,
que para la mañana no han dejado rastro de su presa.
4
Sus profetas son mentirosos y arrogantes, en busca de su propia ganancia.
Sus sacerdotes profanan el templo al desobedecer las instrucciones de Dios.
5
Pero el Señor
todavía está en la ciudad,
y él no hace nada malo.
Día tras día emite justicia,
él nunca falla.
Pero los perversos no conocen la vergüenza.
6
«Yo he aniquilado a muchas naciones
y he devastado las murallas y torres de sus fortalezas.
Las calles ahora están desiertas;
sus ciudades quedan en ruinas silenciosas.
No quedó nadie con vida,
ni siquiera uno.
7
Yo pensé: “¡Seguramente ahora me temerán!
Sin duda, escucharán mis advertencias.
Entonces no necesitaré intervenir otra vez
y destruir sus casas”.
¡Pero no es así! Se levantan temprano
para continuar con sus malas acciones.
8
Por lo tanto, tengan paciencia —dice el Señor
—.
Pronto me levantaré y acusaré a esas naciones malvadas.
Pues he decidido reunir a los reinos de la tierra
y descargar mi más feroz ira y furia sobre ellos.
Toda la tierra será consumida
por el fuego de mi celo.
9
»Entonces purificaré el lenguaje de todos los pueblos,
para que todos juntos puedan adorar al Señor
.
10
Mi pueblo disperso, que vive más allá de los ríos de Etiopía
vendrá a presentar sus ofrendas.
11
En ese día ya no hará falta que sean avergonzados,
porque dejarán de rebelarse contra mí.
Quitaré al orgulloso y al arrogante de entre ustedes;
no habrá más altivez en mi monte santo.
12
Quedarán solo los sencillos y los humildes
porque son ellos quienes confían en el nombre del Señor
.