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Saludos de Santiago
Yo, Santiago, esclavo de Dios y del Señor Jesucristo, escribo esta carta a las «doce tribus»: los creyentes judíos que están dispersos por el mundo.
¡Reciban mis saludos!
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Fe y constancia
Amados hermanos, cuando tengan que enfrentar problemas, considérenlo como un tiempo para alegrarse mucho
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porque ustedes saben que, siempre que se pone a prueba la fe, la constancia tiene una oportunidad para desarrollarse.
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Así que dejen que crezca, pues una vez que su constancia se haya desarrollado plenamente, serán perfectos y completos, y no les faltará nada.
5
Si necesitan sabiduría, pídansela a nuestro generoso Dios, y él se la dará; no los reprenderá por pedirla.
6
Cuando se la pidan, asegúrense de que su fe sea solamente en Dios, y no duden, porque una persona que duda tiene la lealtad dividida y es tan inestable como una ola del mar que el viento arrastra y empuja de un lado a otro.
7
Esas personas no deberían esperar nada del Señor;
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su lealtad está dividida entre Dios y el mundo, y son inestables en todo lo que hacen.
9
Los creyentes que son pobres
pueden estar orgullosos, porque Dios los ha honrado;
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y los que son ricos
deberían estar orgullosos de que Dios los ha humillado. Se marchitarán como una pequeña flor de campo.
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Cuando el sol calienta mucho y se seca el pasto, la flor pierde su fuerza, cae y desaparece su belleza. De la misma manera, se marchitarán los ricos junto con todos sus logros.