8
Qué rápido me escaparía
lejos de esta furiosa tormenta de odio.
9
Confúndelos, Señor, y frustra sus planes,
porque veo violencia y conflicto en la ciudad.
10
Día y noche patrullan sus murallas para cuidarla de invasores,
pero el verdadero peligro es la maldad que hay dentro de la ciudad.
11
Todo se viene abajo;
las amenazas y el engaño abundan por las calles.
12
No es un enemigo el que me hostiga,
eso podría soportarlo.
No son mis adversarios los que me insultan con tanta arrogancia,
de ellos habría podido esconderme.
13
En cambio, eres tú, mi par,
mi compañero y amigo íntimo.
14
¡Cuánto compañerismo disfrutábamos
cuando caminábamos juntos hacia la casa de Dios!
15
Que la muerte aceche a mis enemigos;
que la tumba
se los trague vivos,
porque la maldad habita en ellos.
16
Pero clamaré a Dios,
y el Señor
me rescatará.
17
Mañana, tarde y noche
clamo en medio de mi angustia,
y el Señor
oye mi voz.
18
Él me rescata y me mantiene a salvo
de la batalla que se libra en mi contra,
aunque muchos todavía se me oponen.