2
Desde mi temprana juventud, mis enemigos me han perseguido
pero nunca me derrotaron.
3
Tengo la espalda cubierta de heridas,
como si un agricultor hubiera arado largos surcos.
4
Pero el Señor
es bueno;
cortó las cuerdas con que me ataban los impíos.
5
Que todos los que odian a Jerusalén
retrocedan en vergonzosa derrota.
6
Que sean tan inútiles como la hierba que crece en un techo,
que se pone amarilla a la mitad de su desarrollo,
7
que es ignorada por el cosechador
y despreciada por el que hace los manojos.
8
Y que los que pasan por allí
se nieguen a darles esta bendición:
«El Señor
los bendiga;
los bendecimos en el nombre del Señor
».