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La mujer insensata es alborotadora, es simple y no sabe nada.
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Y se sienta a la puerta de su casa, en un asiento, en los lugares altos de la ciudad,
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llamando a los que pasan, a los que van derechos por sus sendas:
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El que sea simple, que entre aquí. Y al falto de entendimiento, le dice:
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Dulces son las aguas hurtadas, y el pan comido en secreto es sabroso.
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Pero él no sabe que allí están los muertos, que sus invitados están en las profundidades del Seol.