3
Atalos a tus dedos, escríbelos en la tabla de tu corazón.
4
Di a la sabiduría: Tú eres mi hermana, y llama a la inteligencia tu mejor amiga,
5
para que te guarden de la mujer extraña, de la desconocida que lisonjea con sus palabras.
6
Porque desde la ventana de mi casa miraba por la celosía,
7
y vi entre los simples, distinguí entre los muchachos a un joven falto de juicio,
8
pasando por la calle cerca de su esquina; iba camino de su casa,
9
al atardecer, al anochecer, en medio de la noche y la oscuridad.
10
Y he aquí, una mujer le sale al encuentro, vestida como ramera y astuta de corazón.
11
Es alborotadora y rebelde, sus pies no permanecen en casa;
12
está ya en las calles, ya en las plazas, y acecha por todas las esquinas.
13
Y lo agarra y lo besa, y descarada le dice:
14
Tenía que ofrecer ofrendas de paz, y hoy he cumplido mis votos;
15
por eso he salido a encontrarte, buscando tu rostro con ansiedad, y te he hallado.
16
He tendido mi lecho con colchas, con linos de Egipto en colores;
17
he rociado mi cama con mirra, áloes y canela.
18
Ven, embriaguémonos de amor hasta la mañana, deleitémonos con caricias.
19
Porque mi marido no está en casa, se ha ido a un largo viaje;
20
se ha llevado en la mano la bolsa del dinero, volverá a casa para la luna llena.
21
Con sus palabras persuasivas lo atrae, lo seduce con sus labios lisonjeros.
22
Al instante la sigue, como va el buey al matadero, o como uno en grillos al castigo de un necio,
23
hasta que una flecha le traspasa el hígado; como el ave que se precipita en la trampa, y no sabe que esto le costará la vida.