6
El rey, con la reina sentada a su lado, preguntó:
—¿Cuánto tiempo estarás fuera? ¿Cuándo piensas regresar?
Después de decirle cuánto tiempo estaría ausente, el rey accedió a mi petición.
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Además le dije al rey:
—Si al rey le agrada, permítame llevar cartas dirigidas a los gobernadores de la provincia al occidente del río Éufrates,
indicándoles que me permitan viajar sin peligro por sus territorios de camino a Judá.
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Además, le ruego que me dé una carta dirigida a Asaf, el encargado del bosque del rey, con instrucciones de suministrarme madera. La necesitaré para hacer vigas para las puertas de la fortaleza del templo, para las murallas de la ciudad y para mi propia casa.
Entonces el rey me concedió estas peticiones porque la bondadosa mano de Dios estaba sobre mí.
9
Cuando llegué ante los gobernadores de la provincia al occidente del río Éufrates, les entregué las cartas del rey. Debo agregar que el rey mandó oficiales del ejército y jinetes
para protegerme.
10
Ahora bien, cuando Sanbalat, el horonita, y Tobías, el oficial amonita, se enteraron de mi llegada, se molestaron mucho porque alguien había venido para ayudar al pueblo de Israel.
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Nehemías inspecciona la muralla de Jerusalén
Entonces llegué a Jerusalén. Tres días después,
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me escabullí durante la noche, llevando conmigo a unos cuantos hombres. No le había dicho a nadie acerca de los planes que Dios había puesto en mi corazón para Jerusalén. No llevamos ningún animal de carga, con excepción del burro en el que yo cabalgaba.
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Salí por la puerta del Valle cuando ya había oscurecido y pasé por el pozo del Chacal
hacia la puerta del Estiércol para inspeccionar las murallas caídas y las puertas quemadas.
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Luego fui a la puerta de la Fuente y al estanque del Rey, pero mi burro no pudo pasar por los escombros.
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A pesar de que aún estaba oscuro, subí por el valle de Cedrón
e inspeccioné la muralla, antes de regresar y entrar nuevamente por la puerta del Valle.
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Los funcionarios de la ciudad no supieron de mi salida ni de lo que hice, porque aún no le había dicho nada a nadie sobre mis planes. Todavía no había hablado con los líderes judíos: los sacerdotes, los nobles, los funcionarios, ni con ningún otro en la administración;
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pero ahora les dije:
—Ustedes saben muy bien las dificultades en que estamos. Jerusalén yace en ruinas y sus puertas fueron destruidas por fuego. ¡Reconstruyamos la muralla de Jerusalén y pongamos fin a esta desgracia!
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Después les conté cómo la bondadosa mano de Dios estaba sobre mí, y acerca de mi conversación con el rey.
De inmediato contestaron:
—¡Sí, reconstruyamos la muralla!
Así que comenzaron la buena obra.
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Sin embargo, cuando Sanbalat, Tobías y Gesem el árabe se enteraron de nuestro plan, se burlaron con desprecio.
—¿Qué están haciendo? —preguntaron—. ¿Se rebelan contra el rey?
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Yo contesté:
—El Dios del cielo nos ayudará a tener éxito. Nosotros, sus siervos, comenzaremos a reconstruir esta muralla; pero ustedes no tienen ninguna parte ni derecho legal o reclamo histórico en Jerusalén.