29
—¡Me has dejado en ridículo! —gritó Balaam—. ¡Si tuviera una espada, te mataría!
30
—Pero yo soy la misma burra que has montado toda tu vida —le contestó la burra—. ¿Alguna vez te he hecho algo así?
—No —admitió Balaam.
31
Entonces el Señor
abrió los ojos de Balaam y vio al ángel del Señor
de pie en el camino con una espada desenvainada en su mano. Balaam se inclinó y cayó rostro en tierra ante él.
32
—¿Por qué le pegaste a tu burra tres veces? —le preguntó el ángel del Señor
—. Mira, he venido a impedirte el paso porque con terquedad te me opones.
33
Tres veces la burra me vio y se apartó del camino; si no, te aseguro que te habría matado a ti y habría dejado a la burra con vida.
34
Entonces Balaam le confesó al ángel del Señor
:
—He pecado. No comprendí que tú estabas parado en el camino para impedirme el paso. Volveré a casa si te opones a mi viaje.
35
Pero el ángel del Señor
le dijo a Balaam:
—Ve con estos hombres, pero habla sólo lo que yo te diga.
Así que Balaam siguió con los funcionarios de Balac.
36
Cuando el rey Balac supo que Balaam estaba en camino, salió a su encuentro a una ciudad moabita, situada en el río Arnón, en la frontera más distante de su tierra.
37
—¿No era urgente la invitación que te envié? ¿Por qué no viniste enseguida? —le preguntó Balac a Balaam—. ¿No me creíste cuando te dije que te honraré con una generosa recompensa?
38
—Mira —contestó Balaam—, ya he venido pero no está en mis manos decir lo que yo quiera. Hablaré únicamente el mensaje que Dios ponga en mi boca.
39
Luego Balaam acompañó a Balac a Quiriat-huzot.