8
En cuanto a ti, Jerusalén,
ciudadela
del pueblo de Dios,
recuperarás tu fuerza
y poder soberano.
El reino será restaurado
a mi muy amada Jerusalén.
9
Ahora pues, ¿por qué gritas de terror?
¿Acaso no tienes rey que te dirija?
¿Han muerto todos tus sabios?
El dolor te ha apresado como a una mujer durante el parto.
10
Retuérzanse y giman como una mujer con dolores de parto,
ustedes, habitantes de Jerusalén,
porque ahora tendrán que salir de esta ciudad
para vivir en campos abiertos.
Pronto serán enviados al destierro
a la lejana Babilonia.
Pero allí el Señor
los rescatará;
él los redimirá de las garras de sus enemigos.
11
Ahora muchas naciones se han reunido contra ustedes.
«Que sean profanados —dicen ellos—.
Seamos testigos de la destrucción de Jerusalén».
12
Pero estas naciones no conocen los pensamientos del Señor
ni entienden su plan.
No saben
que las está reuniendo
para golpearlas y pisotearlas
como a gavillas de grano en el campo de trillar.
13
«¡Levántate y aplasta a las naciones, oh Jerusalén!
—dice el Señor
—.
Pues te daré cuernos de hierro y pezuñas de bronce,
para que pisotees a muchas naciones hasta reducirlas a polvo.
Presentarás al Señor
las riquezas mal habidas de esas naciones,
sus tesoros al Señor
de toda la tierra».