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Después de despedirse de la gente, subió a las colinas para orar a solas.
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Muy tarde esa misma noche, los discípulos estaban en la barca en medio del lago y Jesús estaba en tierra, solo.
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Jesús vio que ellos se encontraban en serios problemas, pues remaban con mucha fuerza y luchaban contra el viento y las olas. A eso de las tres de la madrugada,
Jesús se acercó a ellos caminando sobre el agua. Su intención era pasarlos de largo,
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pero cuando los discípulos lo vieron caminar sobre el agua, gritaron de terror pues pensaron que era un fantasma.
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Todos quedaron aterrados al verlo.
Pero Jesús les habló de inmediato:
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Entonces subió a la barca, y el viento se detuvo. Ellos estaban totalmente asombrados
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porque todavía no entendían el significado del milagro de los panes. Tenían el corazón demasiado endurecido para comprenderlo.
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Después de cruzar el lago, arribaron a Genesaret. Llevaron la barca hasta la orilla
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y bajaron. Los habitantes reconocieron a Jesús enseguida
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y corrieron por toda la región llevando a los enfermos en camillas hasta donde oían que él estaba.
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Por donde iba —fueran aldeas, ciudades o granjas— le llevaban enfermos a las plazas. Le suplicaban que permitiera a los enfermos tocar al menos el fleco de su túnica, y todos los que tocaban a Jesús eran sanados.