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Mientras tanto, Pedro lo siguió de lejos y entró directamente al patio del sumo sacerdote. Allí se sentó con los guardias para calentarse junto a la fogata.
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Adentro, los principales sacerdotes y todo el Concilio Supremo
intentaban encontrar pruebas contra Jesús para poder ejecutarlo, pero no pudieron encontrar ninguna.
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Había muchos falsos testigos que hablaban en contra de él, pero todos se contradecían.
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Finalmente unos hombres se pusieron de pie y dieron el siguiente falso testimonio:
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«Nosotros lo oímos decir: “Yo destruiré este templo hecho con manos humanas y en tres días construiré otro, no hecho con manos humanas”».
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¡Pero aun así sus relatos no coincidían!
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Entonces el sumo sacerdote se puso de pie ante todos y le preguntó a Jesús: «Bien, ¿no vas a responder a estos cargos? ¿Qué tienes que decir a tu favor?».
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Pero Jesús se mantuvo callado y no contestó. Entonces el sumo sacerdote le preguntó:
—¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?
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Jesús dijo:
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Entonces el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras en señal de horror y dijo: «¿Para qué necesitamos más testigos?
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Todos han oído la blasfemia que dijo. ¿Cuál es el veredicto?».
«¡Culpable! —gritaron todos—. ¡Merece morir!».
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Entonces algunos comenzaron a escupirle, y le vendaron los ojos y le daban puñetazos. «¡Profetízanos!», se burlaban. Y los guardias lo abofeteaban mientras se lo llevaban.
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Pedro niega a Jesús
Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Una de las sirvientas que trabajaba para el sumo sacerdote pasó
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y vio que Pedro se calentaba junto a la fogata. Se quedó mirándolo y dijo:
—Tú eres uno de los que estaban con Jesús de Nazaret.
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Pero Pedro lo negó y dijo:
—No sé de qué hablas.
Y salió afuera, a la entrada. En ese instante, cantó un gallo.
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Cuando la sirvienta vio a Pedro parado allí, comenzó a decirles a los otros: «¡No hay duda de que este hombre es uno de ellos!».
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Pero Pedro lo negó otra vez.
Un poco más tarde, algunos de los otros que estaban allí confrontaron a Pedro y dijeron:
—Seguro que tú eres uno de ellos, porque eres galileo.
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Pedro juró:
—¡Que me caiga una maldición si les miento! ¡No conozco a ese hombre del que hablan!
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Inmediatamente, el gallo cantó por segunda vez.
De repente, las palabras de Jesús pasaron rápidamente por la mente de Pedro:
y se echó a llorar.