37
Cuando cierta mujer de mala vida que vivía en la ciudad se enteró de que Jesús estaba comiendo allí, llevó un hermoso frasco de alabastro lleno de un costoso perfume.
38
Llorando, se arrodilló detrás de él a sus pies. Sus lágrimas cayeron sobre los pies de Jesús, y ella los secó con sus cabellos. No cesaba de besarle los pies y les ponía perfume.
39
Cuando el fariseo que lo había invitado vio esto, dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría qué tipo de mujer lo está tocando. ¡Es una pecadora!».
40
Entonces Jesús respondió a los pensamientos del fariseo:
—le dijo—,
—Adelante, Maestro —respondió Simón.
41
Entonces Jesús le contó la siguiente historia:
42
Sin embargo, ninguna de las dos pudo devolver el dinero, así que el hombre perdonó amablemente a ambas y les canceló la deuda. ¿Quién crees que lo amó más?
43
Simón contestó:
—Supongo que la persona a quien le perdonó la deuda más grande.
—dijo Jesús.
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Luego se volvió a la mujer y le dijo a Simón:
45
Tú no me saludaste con un beso, pero ella, desde el momento en que entré, no ha dejado de besarme los pies.
46
Tú no tuviste la cortesía de ungir mi cabeza con aceite de oliva, pero ella ha ungido mis pies con un perfume exquisito.
47
»Te digo que sus pecados —que son muchos— han sido perdonados, por eso ella me demostró tanto amor; pero una persona a quien se le perdona poco demuestra poco amor.