7
Un grito de auxilio atrajo a los compañeros de la otra barca, y pronto las dos barcas estaban llenas de peces y a punto de hundirse.
8
Cuando Simón Pedro se dio cuenta de lo que había sucedido, cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo:
—Señor, por favor, aléjate de mí, soy demasiado pecador para estar cerca de ti.
9
Pues estaba muy asombrado por la cantidad de peces que habían sacado, al igual que los otros que estaban con él.
10
Sus compañeros, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, también estaban asombrados.
Jesús respondió a Simón:
11
Y, en cuanto llegaron a tierra firme, dejaron todo y siguieron a Jesús.
12
Jesús sana a un leproso
En una de las aldeas, Jesús conoció a un hombre que tenía una lepra muy avanzada. Cuando el hombre vio a Jesús, se inclinó rostro en tierra y le suplicó que lo sanara.
—¡Señor! —le dijo—, ¡si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio!
13
Jesús extendió la mano y lo tocó:
—dijo—.
Al instante, la lepra desapareció.
14
Entonces Jesús le dio instrucciones de que no dijera a nadie lo que había sucedido. Le dijo:
15
Sin embargo, a pesar de las instrucciones de Jesús, la noticia de su poder corrió aún más, y grandes multitudes llegaron para escucharlo predicar y ser sanados de sus enfermedades.
16
Así que Jesús muchas veces se alejaba al desierto para orar.
17
Jesús sana a un paralítico
Cierto día, mientras Jesús enseñaba, algunos fariseos y maestros de la ley religiosa estaban sentados cerca. (Al parecer, esos hombres habían llegado de todas las aldeas de Galilea y Judea, y también de Jerusalén). Y el poder sanador del Señor estaba presente con fuerza en Jesús.