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»Ustedes han estado conmigo durante mis tiempos de prueba.
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Así como mi Padre me concedió un reino, yo ahora les concedo el derecho
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de comer y beber a mi mesa en mi reino, y se sentarán sobre tronos y juzgarán a las doce tribus de Israel.
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Jesús predice la negación de Pedro
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pero yo he rogado en oración por ti, Simón, para que tu fe no falle, de modo que cuando te arrepientas y vuelvas a mí fortalezcas a tus hermanos».
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Pedro dijo:
—Señor, estoy dispuesto a ir a prisión contigo y aun a morir contigo.
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Jesús le respondió:
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Entonces Jesús les preguntó:
—No —respondieron ellos.
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—les dijo—,
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Pues ha llegado el tiempo en que se cumpla la siguiente profecía acerca de mí: “Fue contado entre los rebeldes”
. Así es, todo lo que los profetas escribieron acerca de mí se cumplirá.
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—Mira Señor —le respondieron—, contamos con dos espadas entre nosotros.
—les dijo.
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Jesús ora en el monte de los Olivos
Luego, acompañado por sus discípulos, Jesús salió del cuarto en el piso de arriba y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos.
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Allí les dijo:
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Se alejó a una distancia como de un tiro de piedra, se arrodilló y oró:
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«Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía».
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Entonces apareció un ángel del cielo y lo fortaleció.
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Oró con más fervor, y estaba en tal agonía de espíritu que su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre.
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Finalmente se puso de pie y regresó adonde estaban sus discípulos, pero los encontró dormidos, exhaustos por la tristeza.
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—les preguntó—.
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Traicionan y arrestan a Jesús
Mientras Jesús hablaba, se acercó una multitud, liderada por Judas, uno de los doce discípulos. Judas caminó hacia Jesús para saludarlo con un beso.
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Entonces Jesús le dijo:
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Cuando los otros discípulos vieron lo que estaba por suceder, exclamaron: «Señor, ¿peleamos? ¡Trajimos las espadas!».
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Y uno de ellos hirió al esclavo del sumo sacerdote cortándole la oreja derecha.
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Pero Jesús dijo:
Y tocó la oreja del hombre y lo sanó.
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Entonces Jesús habló a los principales sacerdotes, a los capitanes de la guardia del templo y a los ancianos, que habían venido a buscarlo.
—les preguntó—.
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¿Por qué no me arrestaron en el templo? Estuve allí todos los días, pero este es el momento de ustedes, el tiempo en que reina el poder de la oscuridad».
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Pedro niega a Jesús
Entonces lo arrestaron y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Y Pedro los siguió de lejos.
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Los guardias encendieron una fogata en medio del patio y se sentaron alrededor, y Pedro se sumó al grupo.
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Una sirvienta lo vio a la luz de la fogata y comenzó a mirarlo fijamente. Por fin dijo: «Este hombre era uno de los seguidores de Jesús».
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Pero Pedro lo negó: «¡Mujer, ni siquiera lo conozco!».
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Después de un rato, alguien más lo vio y dijo:
—Seguramente tú eres uno de ellos.
—¡No, hombre, no lo soy! —contestó.
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Alrededor de una hora más tarde, otra persona insistió: «Seguro este es uno de ellos porque también es galileo».
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Pero Pedro dijo: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Inmediatamente, mientras aún hablaba, el gallo cantó.
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En ese momento, el Señor se volvió y miró a Pedro. De repente, las palabras del Señor pasaron rápidamente por la mente de Pedro:
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Y Pedro salió del patio, llorando amargamente.
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Los guardias que estaban a cargo de Jesús comenzaron a burlarse de él y a golpearlo.
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Le vendaron los ojos y le decían: «¡Profetízanos! ¿Quién te golpeó esta vez?».
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Y le lanzaban todo tipo de insultos.
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Jesús ante el Concilio
Al amanecer, todos los ancianos del pueblo se reunieron, incluidos los principales sacerdotes y los maestros de la ley religiosa. Llevaron a Jesús ante el Concilio Supremo
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y le dijeron:
—Dinos, ¿eres tú el Mesías?
Él les respondió:
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y si yo les hiciera una pregunta, ustedes no me la contestarían.