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«Cuando te inviten a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar de honor. ¿Qué pasaría si invitaron a alguien más distinguido que tú?
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El anfitrión vendría y te diría: “Cédele tu asiento a esta persona”. Te sentirías avergonzado, ¡y tendrías que sentarte en cualquier otro lugar que haya quedado libre al final de la mesa!
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»Más bien, ocupa el lugar más humilde, al final de la mesa. Entonces, cuando el anfitrión te vea, vendrá y te dirá: “¡Amigo, tenemos un lugar mejor para ti!”. Entonces serás honrado delante de todos los demás invitados.
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Pues aquellos que se exaltan a sí mismos serán humillados, y los que se humillan a sí mismos serán exaltados».
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Luego Jesús se dirigió al anfitrión:
—le dijo—,
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Al contrario, invita al pobre, al lisiado, al cojo y al ciego.
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Luego, en la resurrección de los justos, Dios te recompensará por invitar a los que no podían devolverte el favor».
15
Parábola de la gran fiesta
Al oír esto, un hombre que estaba sentado a la mesa con Jesús exclamó: «¡Qué bendición será participar de un banquete
en el reino de Dios!».
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Jesús respondió con la siguiente historia:
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Cuando el banquete estuvo listo, envió a su sirviente a decirles a los invitados: “Vengan, el banquete está preparado”;
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pero todos comenzaron a poner excusas. Uno dijo: “Acabo de comprar un campo y debo ir a inspeccionarlo. Por favor, discúlpame”.
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Otro dijo: “Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes y quiero ir a probarlas. Por favor, discúlpame”.
20
Otro dijo: “Acabo de casarme, así que no puedo ir”.
21
»El sirviente regresó y le informó a su amo lo que le habían dicho. Su amo se puso furioso y le dijo: “Ve rápido a las calles y callejones de la ciudad e invita a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”.
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Después de hacerlo, el sirviente informó: “Todavía queda lugar para más personas”.
23
Entonces su amo dijo: “Ve por los senderos y detrás de los arbustos y a cualquiera que veas, insístele que venga para que la casa esté llena.
24
Pues ninguno de mis primeros invitados probará ni una migaja de mi banquete”».
25
El costo de ser discípulo
Una gran multitud seguía a Jesús. Él se dio vuelta y les dijo:
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«Si quieres ser mi discípulo, debes aborrecer a los demás —a tu padre y madre, esposa e hijos, hermanos y hermanas— sí, hasta tu propia vida. De lo contrario, no puedes ser mi discípulo.
27
Además, si no cargas tu propia cruz y me sigues, no puedes ser mi discípulo.
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»Sin embargo, no comiences sin calcular el costo. Pues, ¿quién comenzaría a construir un edificio sin primero calcular el costo para ver si hay suficiente dinero para terminarlo?
29
De no ser así, tal vez termines sólo los cimientos antes de quedarte sin dinero, y entonces todos se reirán de ti.
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Dirán: “¡Ahí está el que comenzó un edificio y no pudo terminarlo!”.
31
»¿O qué rey entraría en guerra con otro rey sin primero sentarse con sus consejeros para evaluar si su ejército de diez mil puede vencer a los veinte mil soldados que marchan contra él?
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Y, si no puede, enviará una delegación para negociar las condiciones de paz mientras el enemigo todavía esté lejos.
33
Así que no puedes convertirte en mi discípulo sin dejar todo lo que posees.
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»La sal es buena para condimentar, pero si pierde su sabor, ¿cómo la harán salada de nuevo?
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La sal sin sabor no sirve ni para la tierra ni para el abono. Se tira. ¡El que tenga oídos para oír debe escuchar y entender!».