26
«Si quieres ser mi discípulo, debes aborrecer a los demás —a tu padre y madre, esposa e hijos, hermanos y hermanas— sí, hasta tu propia vida. De lo contrario, no puedes ser mi discípulo.
27
Además, si no cargas tu propia cruz y me sigues, no puedes ser mi discípulo.
28
»Sin embargo, no comiences sin calcular el costo. Pues, ¿quién comenzaría a construir un edificio sin primero calcular el costo para ver si hay suficiente dinero para terminarlo?
29
De no ser así, tal vez termines sólo los cimientos antes de quedarte sin dinero, y entonces todos se reirán de ti.
30
Dirán: “¡Ahí está el que comenzó un edificio y no pudo terminarlo!”.
31
»¿O qué rey entraría en guerra con otro rey sin primero sentarse con sus consejeros para evaluar si su ejército de diez mil puede vencer a los veinte mil soldados que marchan contra él?
32
Y, si no puede, enviará una delegación para negociar las condiciones de paz mientras el enemigo todavía esté lejos.
33
Así que no puedes convertirte en mi discípulo sin dejar todo lo que posees.
34
»La sal es buena para condimentar, pero si pierde su sabor, ¿cómo la harán salada de nuevo?
35
La sal sin sabor no sirve ni para la tierra ni para el abono. Se tira. ¡El que tenga oídos para oír debe escuchar y entender!».