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Cuando por fin salió, no podía hablarles. Entonces, por las señas que hacía y su silencio, se dieron cuenta de que seguramente había tenido una visión en el santuario.
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Cuando Zacarías terminó su semana de servicio en el templo, regresó a su casa.
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Poco tiempo después, su esposa, Elisabet, quedó embarazada y permaneció recluida en su casa durante cinco meses.
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«¡Qué bondadoso es el Señor! —exclamó ella—. Me ha quitado la vergüenza de no tener hijos».
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Anuncio del nacimiento de Jesús
Cuando Elisabet estaba en su sexto mes de embarazo, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, una aldea de Galilea,
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a una virgen llamada María. Ella estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David.
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Gabriel se le apareció y dijo: «¡Saludos, mujer favorecida! ¡El Señor está contigo!»
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Confusa y perturbada, María trató de pensar lo que el ángel quería decir.
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—No tengas miedo, María —le dijo el ángel—, ¡porque has hallado el favor de Dios!
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Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.
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Él será muy grande y lo llamarán Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David.
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Y reinará sobre Israel
para siempre; ¡su reino no tendrá fin!
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—¿Pero cómo podrá suceder esto? —le preguntó María al ángel—. Soy virgen.
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El ángel le contestó:
—El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo tanto, el bebé que nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios.
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Además, tu parienta Elisabet, ¡quedó embarazada en su vejez! Antes la gente decía que ella era estéril, pero ha concebido un hijo y ya está en su sexto mes de embarazo.
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Pues nada es imposible para Dios.
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María respondió:
—Soy la sierva del Señor. Que se cumpla todo lo que has dicho acerca de mí.
Y el ángel la dejó.
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María visita a Elisabet
Pocos días después, María fue de prisa a la zona montañosa de Judea, al pueblo
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donde vivía Zacarías. Entró en la casa y saludó a Elisabet.
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Al escuchar el saludo de María, el bebé de Elisabet saltó en su vientre y Elisabet se llenó del Espíritu Santo.
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Elisabet dio un grito de alegría y le exclamó a María:
—Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y tu hijo es bendito.