4
Hizo que mi piel y mi carne envejecieran;
quebró mis huesos.
5
Me sitió y me rodeó
de angustia y aflicción.
6
Me enterró en un lugar oscuro,
como a los que habían muerto hace tiempo.
7
Me cercó con un muro, y no puedo escapar;
me ató con pesadas cadenas.
8
Y a pesar de que lloro y grito,
cerró sus oídos a mis oraciones.
9
Impidió mi paso con un muro de piedra;
hizo mis caminos tortuosos.
10
Se escondió como un oso o un león,
esperando atacarme.
11
Me arrastró fuera del camino, me descuartizó
y me dejó indefenso y destruido.
12
Tensó su arco
y me hizo el blanco de sus flechas.
13
Disparó sus flechas
a lo profundo de mi corazón.
14
Mi propio pueblo se ríe de mí;
todo el día repiten sus canciones burlonas.
15
Él me llenó de amargura
y me dio a beber una copa amarga de dolor.
16
Me hizo masticar piedras;
me revolcó en el polvo.
17
Me arrebató la paz
y ya no recuerdo qué es la prosperidad.
18
Yo exclamo: «¡Mi esplendor ha desaparecido!
¡Se perdió todo lo que yo esperaba del Señor
!».
19
Recordar mi sufrimiento y no tener hogar
es tan amargo que no encuentro palabras.
20
Siempre tengo presente este terrible tiempo
mientras me lamento por mi pérdida.
21
No obstante, aún me atrevo a tener esperanza
cuando recuerdo lo siguiente:
22
¡el fiel amor del Señor
nunca se acaba!
Sus misericordias jamás terminan.
23
Grande es su fidelidad;
sus misericordias son nuevas cada mañana.
24
Me digo: «El Señor
es mi herencia,
por lo tanto, ¡esperaré en él!».