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Sin embargo, cuando el pueblo de Israel clamó al Señor
por ayuda, el Señor
nuevamente levantó a un libertador para salvarlos. Se llamaba Aod, hijo de Gera, quien era un hombre zurdo, de la tribu de Benjamín. Los israelitas enviaron a Aod a entregar el dinero del tributo al rey Eglón, de Moab.
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Así que Aod hizo una daga de dos filos, de unos treinta centímetros
de largo, la ató a su muslo derecho y la escondió debajo de la ropa.
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Luego le llevó el dinero del tributo a Eglón, quien era muy gordo.
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Después de entregar el pago, Aod emprendió el regreso junto con los que le habían ayudado a llevar el tributo.
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Pero cuando Aod llegó a donde estaban los ídolos de piedra, cerca de Gilgal, se regresó. Se presentó ante Eglón y le dijo: «Tengo un mensaje secreto para usted». Entonces el rey les ordenó a sus sirvientes que se callaran y que todos salieran de la habitación.
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Así que Aod se acercó a Eglón, quien estaba sentado solo en una habitación fresca de la planta alta, y le dijo: «¡Tengo un mensaje de Dios para usted!». Cuando el rey Eglón se levantó de su asiento,
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Aod sacó con la mano izquierda la daga que tenía atada al muslo derecho y se la clavó al rey en el vientre.
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La daga entró tan profundo, que la empuñadura se hundió bajo la gordura del rey. Así que Aod no sacó la daga, y al rey se le vaciaron los intestinos.
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Entonces Aod cerró las puertas de la habitación, les puso llave y escapó por la letrina.
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Aod ya se había ido cuando los sirvientes del rey regresaron y encontraron cerradas las puertas de la habitación de la planta alta. Pensaron que tal vez el rey estaba usando la letrina dentro del cuarto,
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así que esperaron. Pero al ver que el rey tardaba mucho en salir, se preocuparon y buscaron una llave. Cuando abrieron las puertas, encontraron a su amo muerto en el suelo.