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Cuando los hombres regresaron a Zora y a Estaol, sus parientes les preguntaron:
—¿Qué encontraron?
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Los hombres les contestaron:
—¡Vamos, ataquémoslos! Hemos visto la tierra, y es muy buena. ¿Qué esperan? No duden en ir y tomar posesión de ella.
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Cuando lleguen, verán que los habitantes llevan una vida despreocupada. Dios nos ha dado un territorio espacioso y fértil, ¡que no carece de nada!
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Entonces seiscientos hombres de la tribu de Dan salieron de Zora y de Estaol armados para la guerra.
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Acamparon en un lugar situado al occidente de Quiriat-jearim, en Judá, por eso hasta el día de hoy se llama Mahne-dan.
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Desde allí siguieron hasta la zona montañosa de Efraín y llegaron a la casa de Micaía.
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Los cinco hombres que habían explorado la tierra alrededor de Lais les explicaron a los demás: «En una de estas casas hay un efod sagrado, algunos ídolos de familia, una imagen tallada y un ídolo fundido. ¿Qué les parece que deberían hacer?».
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Entonces los cinco hombres se desviaron del camino y fueron hasta la casa de Micaía, donde vivía el joven levita, y lo saludaron amablemente.
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Mientras los seiscientos guerreros armados de la tribu de Dan vigilaban la entrada de la puerta,
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los cinco espías entraron al santuario y tomaron la imagen tallada, el efod sagrado, los ídolos de familia y el ídolo fundido. Ahora bien, el sacerdote también estaba en la puerta con los seiscientos guerreros armados.
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Cuando el sacerdote vio que los hombres se llevaban todos los objetos sagrados del santuario de Micaía, les dijo:
—¿Qué hacen?
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—Cállate y ven con nosotros —le dijeron—. Sé un padre y sacerdote para todos nosotros. ¿Acaso no es mejor ser el sacerdote de toda una tribu y un clan de Israel, que de la casa de un solo hombre?
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Entonces el joven sacerdote estuvo más que dispuesto a ir con ellos, y se llevó consigo el efod sagrado, los ídolos de familia y la imagen tallada.
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El grupo dio la vuelta y siguió su viaje con sus hijos, el ganado y las posesiones al frente.
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Cuando los de la tribu de Dan estaban ya bastante lejos de la casa de Micaía, los vecinos de Micaía salieron a perseguirlos.
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Estaban gritando cuando los alcanzaron. Entonces los hombres de Dan se dieron vuelta y le dijeron a Micaía:
—¿Qué te pasa? ¿Por qué has reunido a estos hombres y nos persiguen de esta forma?
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—¿Cómo me preguntan: “¿Qué te pasa?” —contestó Micaía—. ¡Ustedes se han llevado todos los dioses que yo hice y a mi sacerdote, y no me queda nada!
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Los hombres de Dan le dijeron:
—¡Ten cuidado con lo que dices! Por aquí hay unos hombres de mal genio que podrían enojarse y matarte a ti y a tu familia.
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Así que los hombres de Dan siguieron su camino. Cuando Micaía vio que eran demasiados para atacarlos, dio la vuelta y regresó a su casa.
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Luego los hombres de Dan, con los ídolos de Micaía y su sacerdote, llegaron a la ciudad de Lais, donde los habitantes eran pacíficos y vivían seguros. Entonces los atacaron con espadas y quemaron la ciudad hasta reducirla a cenizas.
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No hubo quien rescatara a los habitantes porque vivían a gran distancia de Sidón y no tenían aliados cerca. Esto sucedió en el valle cerca de Bet-rehob.
Después la gente de la tribu de Dan reconstruyó la ciudad para vivir allí
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y le cambiaron el nombre. La llamaron Dan en honor a su antepasado, el hijo de Israel, aunque originalmente la ciudad se llamaba Lais.
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Luego colocaron la imagen tallada y nombraron como sacerdote a Jonatán, hijo de Gersón, hijo de Moisés.
Los miembros de esta familia continuaron siendo sacerdotes para la tribu de Dan hasta el tiempo del destierro.
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Así que la tribu de Dan rindió culto a la imagen tallada de Micaía todo el tiempo que el tabernáculo de Dios permaneció en Silo.