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Uno de ellos era un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo.
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Cuando Jesús lo vio y supo que hacía tanto que padecía la enfermedad, le preguntó:
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—Es que no puedo, señor —contestó el enfermo—, porque no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se agita el agua. Siempre alguien llega antes que yo.
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Jesús le dijo:
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¡Al instante, el hombre quedó sano! Enrolló la camilla, ¡y comenzó a caminar! Pero ese milagro sucedió el día de descanso,
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así que los líderes judíos protestaron. Le dijeron al hombre que había sido sanado:
—¡No puedes trabajar el día de descanso! ¡La ley no te permite cargar esa camilla!
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Pero él respondió:
—El hombre que me sanó me dijo: “Toma tu camilla y anda”.
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—¿Quién te dijo semejante cosa? —le exigieron.
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El hombre no lo sabía, porque Jesús había desaparecido entre la multitud;
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pero después, Jesús lo encontró en el templo y le dijo:
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Entonces el hombre fue a ver a los líderes judíos y les dijo que era Jesús quien lo había sanado.