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«¿Le habrá traído alguien de comer mientras nosotros no estábamos?» —se preguntaban los discípulos unos a otros.
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Entonces Jesús explicó:
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Ustedes conocen el dicho: “Hay cuatro meses entre la siembra y la cosecha”, pero yo les digo: despierten y miren a su alrededor, los campos ya están listos
para la cosecha.
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A los segadores se les paga un buen salario, y los frutos que cosechan son personas que pasan a tener la vida eterna. ¡Qué alegría le espera tanto al que siembra como al que cosecha!
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Ya saben el dicho: “Uno siembra y otro cosecha”, y es cierto.
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Yo los envié a ustedes a cosechar donde no sembraron; otros ya habían hecho el trabajo, y ahora a ustedes les toca levantar la cosecha.
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Muchos samaritanos creen
Muchos samaritanos de esa aldea creyeron en Jesús, porque la mujer había dicho: «¡Él me dijo todo lo que hice en mi vida!».
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Cuando salieron a verlo, le rogaron que se quedara en la aldea. Así que Jesús se quedó dos días,
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tiempo suficiente para que muchos más escucharan su mensaje y creyeran.
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Luego le dijeron a la mujer: «Ahora creemos, no solo por lo que tú nos dijiste, sino porque lo hemos oído en persona. Ahora sabemos que él es realmente el Salvador del mundo».
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Jesús sana al hijo de un funcionario
Pasados los dos días, Jesús siguió camino a Galilea.
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Él mismo había declarado que un profeta no recibe honra en su propio pueblo.
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Sin embargo, los galileos lo recibieron bien, porque habían estado en Jerusalén durante la celebración de la Pascua y habían visto todo lo que él hizo allí.
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En su paso por Galilea, Jesús llegó a Caná, donde había convertido el agua en vino. Cerca de allí, en Capernaúm, había un funcionario de gobierno que tenía un hijo muy enfermo.
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Cuando supo que Jesús había ido de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que se dirigiera a Capernaúm para sanar a su hijo, quien estaba al borde de la muerte.
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Jesús le preguntó:
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—Señor, por favor —suplicó el funcionario—, ven ahora mismo, antes de que mi hijito se muera.
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Entonces Jesús le dijo:
Y el hombre creyó lo que Jesús le dijo y emprendió el regreso a su casa.
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Mientras el funcionario iba en camino, algunos de sus sirvientes salieron a su encuentro con la noticia de que su hijo estaba vivo y sano.
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Él les preguntó a qué hora el niño había comenzado a mejorar, y ellos le contestaron: «Ayer, a la una de la tarde, ¡la fiebre de pronto se le fue!».
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Entonces el padre se dio cuenta de que la sanidad había ocurrido en el mismo instante en que Jesús le había dicho:
Y tanto él como todos los de su casa creyeron en Jesús.