8
—¡No! —protestó Pedro—. ¡Jamás me lavarás los pies!
—respondió Jesús—,
9
—¡Entonces, lávame también las manos y la cabeza, Señor, no solo los pies! —exclamó Simón Pedro.
10
Jesús respondió:
11
Pues Jesús sabía quién lo iba a traicionar. A eso se refería cuando dijo:
12
Después de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, se sentó y preguntó:
13
Ustedes me llaman “Maestro” y “Señor” y tienen razón, porque es lo que soy.
14
Y, dado que yo, su Señor y Maestro, les he lavado los pies, ustedes deben lavarse los pies unos a otros.
15
Les di mi ejemplo para que lo sigan. Hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes.
16
Les digo la verdad, los esclavos no son superiores a su amo ni el mensajero es más importante que quien envía el mensaje.
17
Ahora que saben estas cosas, Dios los bendecirá por hacerlas.
18
Jesús predice la traición
19
Les aviso de antemano, a fin de que, cuando suceda, crean que Y
Señor
el Mesías.
20
Les digo la verdad, todo el que recibe a mi mensajero me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al Padre, quien me envió.
21
Entonces Jesús, muy angustiado,
exclamó:
22
Los discípulos se miraron unos a otros sin saber a cuál se refería Jesús.
23
El discípulo a quien Jesús amaba estaba sentado a la mesa a su lado.
24
Simón Pedro le hizo señas para que le preguntara a quién se refería.
25
Entonces, ese discípulo se inclinó hacia Jesús y le preguntó:
—Señor, ¿quién es?
26
Jesús le contestó:
Y, después de mojar el pan, se lo dio a Judas, el hijo de Simón Iscariote.
27
Cuando Judas comió el pan, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo:
28
Ninguno de los demás que estaban a la mesa entendió lo que Jesús quiso decir.