3
Jesús sabía que el Padre le había dado autoridad sobre todas las cosas y que había venido de Dios y regresaría a Dios.
4
Así que se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ató una toalla a la cintura
5
y echó agua en un recipiente. Luego comenzó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
6
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo:
—Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí?
7
Jesús contestó:
8
—¡No! —protestó Pedro—. ¡Jamás me lavarás los pies!
—respondió Jesús—,
9
—¡Entonces, lávame también las manos y la cabeza, Señor, no solo los pies! —exclamó Simón Pedro.
10
Jesús respondió:
11
Pues Jesús sabía quién lo iba a traicionar. A eso se refería cuando dijo:
12
Después de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, se sentó y preguntó:
13
Ustedes me llaman “Maestro” y “Señor” y tienen razón, porque es lo que soy.
14
Y, dado que yo, su Señor y Maestro, les he lavado los pies, ustedes deben lavarse los pies unos a otros.
15
Les di mi ejemplo para que lo sigan. Hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes.
16
Les digo la verdad, los esclavos no son superiores a su amo ni el mensajero es más importante que quien envía el mensaje.
17
Ahora que saben estas cosas, Dios los bendecirá por hacerlas.
18
Jesús predice la traición
19
Les aviso de antemano, a fin de que, cuando suceda, crean que Y
Señor
el Mesías.
20
Les digo la verdad, todo el que recibe a mi mensajero me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al Padre, quien me envió.
21
Entonces Jesús, muy angustiado,
exclamó:
22
Los discípulos se miraron unos a otros sin saber a cuál se refería Jesús.
23
El discípulo a quien Jesús amaba estaba sentado a la mesa a su lado.