23
Jesús le dijo:
24
—Es cierto —respondió Marta—, resucitará cuando resuciten todos, en el día final.
25
Jesús le dijo:
26
Todo el que vive en mí y cree en mí jamás morirá. ¿Lo crees, Marta?
27
—Sí, Señor —le dijo ella—. Siempre he creído que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que ha venido de Dios al mundo.
28
Luego Marta regresó adonde estaba María y los que se lamentaban. La llamó aparte y le dijo: «El Maestro está aquí y quiere verte».
29
Entonces María salió enseguida a su encuentro.
30
Jesús todavía estaba fuera de la aldea, en el lugar donde se había encontrado con Marta.
31
Cuando los que estaban en la casa consolando a María la vieron salir con tanta prisa, creyeron que iba a la tumba de Lázaro a llorar. Así que la siguieron.
32
Cuando María llegó y vio a Jesús, cayó a sus pies y dijo:
—Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
33
Cuando Jesús la vio llorando y vio que los demás se lamentaban con ella, se enojó en su interior
y se conmovió profundamente.
34
—les preguntó.
Ellos le dijeron:
—Señor, ven a verlo.
35
Entonces Jesús lloró.
36
Las personas que estaban cerca dijeron: «¡Miren cuánto lo amaba!».
37
Pero otros decían: «Este hombre sanó a un ciego. ¿Acaso no podía impedir que Lázaro muriera?».
38
Jesús todavía estaba enojado cuando llegó a la tumba, una cueva con una piedra que tapaba la entrada.
39
les dijo Jesús.
Entonces Marta, la hermana del muerto, protestó:
—Señor, hace cuatro días que murió. Debe haber un olor espantoso.
40
Jesús respondió:
41
Así que corrieron la piedra a un lado. Entonces Jesús miró al cielo y dijo:
42
Tú siempre me oyes, pero lo dije en voz alta por el bien de toda esta gente que está aquí, para que crean que tú me enviaste».
43
Entonces Jesús gritó: