18
Nadie puede quitarme la vida sino que yo la entrego voluntariamente en sacrificio. Pues tengo la autoridad para entregarla cuando quiera y también para volver a tomarla. Esto es lo que ordenó mi Padre».
19
Al oírlo decir esas cosas, la gente
volvió a dividirse en cuanto a su opinión sobre Jesús.
20
Algunos decían: «Está loco y endemoniado, ¿para qué escuchar a un hombre así?».
21
Otros decían: «¡No suena como alguien poseído por un demonio! ¿Acaso un demonio puede abrir los ojos de los ciegos?».
22
Jesús afirma ser el Hijo de Dios
Ya era invierno, y Jesús estaba en Jerusalén durante el tiempo de Januká, el Festival de la Dedicación.
23
Se encontraba en el templo, caminando por la parte conocida como el pórtico de Salomón.
24
Algunas personas lo rodearon y le preguntaron:
—¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo sin rodeos.
25
Jesús les contestó:
26
pero ustedes no me creen porque no son mis ovejas.
27
Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco, y ellas me siguen.
28
Les doy vida eterna, y nunca perecerán. Nadie puede quitármelas,
29
porque mi Padre me las ha dado, y él es más poderoso que todos.
Nadie puede quitarlas de la mano del Padre.
30
El Padre y yo somos uno.
31
Una vez más, las personas tomaron piedras para matarlo.
32
Jesús dijo:
33
—No te apedreamos por ninguna buena acción, ¡sino por blasfemia! —contestaron—. Tú, un hombre común y corriente, afirmas ser Dios.
34
Jesús respondió:
35
Y ustedes bien saben que las Escrituras no pueden ser modificadas. Así que, si a las personas que recibieron el mensaje de Dios se les llamó “dioses”,
36
¿por qué ustedes me acusan de blasfemar cuando digo: “Soy el Hijo de Dios”? Después de todo, el Padre me separó y me envió al mundo.
37
No me crean a menos que lleve a cabo las obras de mi Padre;
38
pero si hago su trabajo, entonces crean en las obras milagrosas que he hecho aunque no me crean a mí. Entonces sabrán y entenderán que el Padre está en mí y yo estoy en el Padre.
39
Una vez más trataron de arrestarlo, pero él se escapó y los dejó.
40
Se fue al otro lado del río Jordán, cerca del lugar donde Juan bautizaba al principio, y se quedó un tiempo allí.
41
Y muchos lo siguieron. «Juan no hacía señales milagrosas —se comentaban unos a otros—, pero todo lo que dijo acerca de este hombre resultó ser cierto».
42
Y muchos de los que estaban allí creyeron en Jesús.