2
Esos reyes unieron sus tropas para pelear como un solo ejército contra Josué y los israelitas.
3
Sin embargo, cuando los habitantes de Gabaón oyeron lo que Josué había hecho a Jericó y a la ciudad de Hai,
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recurrieron al engaño para salvarse la vida. Enviaron a unos representantes ante Josué y, sobre sus asnos, cargaron alforjas desgastadas y odres viejos y remendados.
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Se pusieron ropa harapienta y se calzaron sandalias gastadas y remendadas. Además, llevaban pan seco y mohoso.
6
Cuando llegaron al campamento de Israel, en Gilgal, les dijeron a Josué y a los hombres de Israel:
—Venimos de una tierra lejana para pedirles que hagan un tratado de paz con nosotros.
7
Entonces los israelitas les respondieron a esos heveos:
—¿Cómo podemos saber que ustedes no viven cerca? Pues si viven cerca, no podemos hacer ningún tratado de paz con ustedes.
8
Ellos respondieron:
—Nosotros somos sus siervos.
—Pero ¿quiénes son ustedes? —preguntó Josué—. ¿De dónde vienen?
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Ellos contestaron:
—Nosotros sus siervos venimos de un país muy lejano. Hemos oído del poder del Señor
su Dios y de todo lo que hizo en Egipto.
10
También hemos oído de lo que les hizo a los dos reyes amorreos que vivían al oriente del río Jordán: a Sehón, rey de Hesbón, y a Og, rey de Basán (quien vivía en Astarot).
11
Entonces nuestros ancianos y todo nuestro pueblo nos dieron las siguientes instrucciones: “Lleven provisiones para un largo viaje. Vayan al encuentro del pueblo de Israel y díganle: ‘Somos sus siervos; les suplicamos que hagan un tratado con nosotros’”.
12
»Este pan estaba caliente, recién salido del horno, cuando partimos de nuestros hogares. Pero ahora, como pueden ver, está seco y mohoso.