18
»No se queden con ninguna cosa que esté destinada para ser destruida, pues, de lo contrario, ustedes mismos serán destruidos por completo y traerán desgracia al campamento de Israel.
19
Todo lo que esté hecho de plata, de oro, de bronce o de hierro pertenece al Señor
y por eso es sagrado, así que colóquenlo en el tesoro del Señor
».
20
Cuando el pueblo oyó el sonido de los cuernos de carnero, gritó con todas sus fuerzas. De repente, los muros de Jericó se derrumbaron, y los israelitas fueron directo al ataque de la ciudad y la tomaron.
21
Con sus espadas, destruyeron por completo todo lo que había en la ciudad, incluidos hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, ovejas, cabras, burros y todo el ganado.
22
Mientras tanto, Josué les dijo a los dos espías: «Cumplan su promesa con la prostituta. Vayan a su casa y sáquenla de allí junto con toda su familia».
23
Entonces los hombres que habían sido espías entraron en la casa y sacaron a Rahab, a su padre, a su madre, a sus hermanos y a todos los demás parientes que estaban con ella. Trasladaron a toda la familia a un lugar seguro, cerca del campamento de Israel.
24
Luego los israelitas quemaron la ciudad y todo lo que había en ella. Solo conservaron las cosas hechas de plata, de oro, de bronce y de hierro para el tesoro de la casa del Señor
.
25
Así que Josué le perdonó la vida a la prostituta Rahab y a los parientes que estaban en su casa, porque ella escondió a los espías que él había enviado a Jericó. Y Rahab vive con los israelitas hasta el día de hoy.
26
En esa ocasión, Josué pronunció la siguiente maldición:
«Que la maldición del Señor
caiga sobre cualquiera
que intente reconstruir la ciudad de Jericó.
A costa de su hijo mayor
pondrá sus cimientos.
A costa de su hijo menor
pondrá sus puertas».
27
Así que el Señor
estaba con Josué, y la fama de Josué se extendió por todo el territorio.