2
«Si se pudiera pesar mi sufrimiento
y poner mis problemas en la balanza,
3
pesarían más que toda la arena del mar.
Por eso hablé impulsivamente.
4
Pues el Todopoderoso me ha derribado con sus flechas;
y el veneno de ellas infecta mi espíritu.
Los terrores de Dios están alineados contra mí.
5
¿Acaso no tengo derecho a quejarme?
¿No rebuznan los burros salvajes cuando no encuentran hierba
y mugen los bueyes cuando no tienen qué comer?
6
¿No se queja la gente cuando a la comida le falta sal?
¿Hay alguien que desee comer la insípida clara del huevo?
7
Cuando la miro, mi apetito desaparece;
¡solo pensar en comerla me da asco!
8
»¡Ah, que se otorgara mi petición!
¡Que Dios me concediera mi deseo!
9
Quisiera que él me aplastara,
quisiera que extendiera su mano y me matara.
10
Al menos puedo consolarme con esto:
a pesar del dolor,
no he negado las palabras del Santísimo;
11
pero no tengo fuerzas para seguir,
no tengo nada por lo cual vivir.
12
¿Tengo yo la fuerza de una roca?
¿Está mi cuerpo hecho de bronce?