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Cuando el rey Sedequías y todos los soldados vieron que los babilonios habían invadido la ciudad, huyeron. Esperaron hasta la caída del sol y entonces se deslizaron por la puerta que está entre las dos murallas, detrás del jardín real, y se dirigieron al valle del Jordán.
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Sin embargo, las tropas babilónicas
persiguieron al rey y lo capturaron en las llanuras de Jericó. Entonces lo llevaron ante el rey Nabucodonosor de Babilonia, que se encontraba en Ribla, en la tierra de Hamat. Allí el rey de Babilonia dictó sentencia contra Sedequías.
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Hizo que Sedequías presenciara la masacre de sus hijos y de todos los nobles de Judá.
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Luego le sacaron los ojos, lo ataron con cadenas de bronce y lo llevaron a Babilonia.
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Mientras tanto, los babilonios quemaron Jerusalén, incluido el palacio, y derribaron las murallas de la ciudad.
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Luego Nabuzaradán, capitán de la guardia, envió a Babilonia a los que habían desertado para unirse a sus filas junto con el resto del pueblo que quedaba en la ciudad.
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Pero Nabuzaradán dejó a algunos de los más pobres en Judá, y les asignó viñedos y campos para cuidar.
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Jeremías permanece en Judá
El rey Nabucodonosor había ordenado a Nabuzaradán, capitán de la guardia, que encontrara a Jeremías.
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«Asegúrate de que no esté herido —le dijo—, trátalo bien y dale todo lo que quiera».
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Así que Nabuzaradán, capitán de la guardia; Nabusazbán, un oficial principal; Nergal-sarezer, consejero del rey; y los demás oficiales del rey de Babilonia
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enviaron mensajeros para que sacaran a Jeremías de la prisión. Lo pusieron al cuidado de Gedalías, hijo de Ahicam y nieto de Safán, quien lo llevó de regreso a su casa. Entonces Jeremías permaneció en Judá, entre su propio pueblo.
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El Señor
le dio a Jeremías el siguiente mensaje cuando todavía estaba en prisión:
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«Dile a Ebed-melec el etíope:
“Esto dice el Señor
de los Ejércitos Celestiales, Dios de Israel: ‘Cumpliré en esta ciudad todas mis amenazas; enviaré desastre y no prosperidad. Tú mismo verás su destrucción,
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pero te libraré de aquellos a quienes tanto temes.
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Como has confiado en mí, te daré tu vida como recompensa; te rescataré y te mantendré seguro. ¡Yo, el Señor
, he hablado!’”».