3
Así que fui a ver a Jaazanías, hijo de Jeremías y nieto de Habasinías, y a todos sus hermanos e hijos, que representan a todas las familias recabitas.
4
Los llevé al templo y fuimos a la habitación asignada a los hijos de Hanán, hijo de Igdalías, hombre de Dios. Esta habitación se encontraba junto a la que usaban los funcionarios del templo, encima de la habitación de Maaseías, hijo de Salum, el portero del templo.
5
Puse copas y jarras llenas de vino delante de ellos y los invité a beber,
6
pero no aceptaron. «No —dijeron—, no bebemos vino porque nuestro antepasado Jonadab,
hijo de Recab, nos ordenó: “Nunca beban vino ni ustedes ni sus descendientes.
7
Tampoco edifiquen casas, ni planten cultivos, ni viñedos, sino que siempre vivan en carpas. Si ustedes obedecen estos mandamientos vivirán largas y buenas vidas en la tierra”.
8
Así que le hemos obedecido en todas estas cosas. Nunca hemos bebido vino hasta el día de hoy, ni tampoco nuestras esposas, ni nuestros hijos, ni nuestras hijas.
9
No hemos construido casas ni hemos sido dueños de viñedos o granjas, ni sembramos campos.
10
Hemos vivido en carpas y hemos obedecido por completo los mandamientos de Jonadab, nuestro antepasado.
11
Sin embargo, cuando el rey Nabucodonosor
de Babilonia atacó este país tuvimos miedo del ejército de Babilonia
y del ejército de Aram. Así que decidimos mudarnos a Jerusalén. Por esa razón, estamos aquí».
12
Entonces el Señor
le dio a Jeremías el siguiente mensaje:
13
«Esto dice el Señor
de los Ejércitos Celestiales, Dios de Israel: ve y dile al pueblo de Judá y de Jerusalén: “Vengan y aprendan una lección de cómo obedecerme.