2
Para entonces, Jerusalén estaba sitiada por el ejército babilónico y Jeremías estaba preso en el patio de la guardia del palacio real.
3
El rey Sedequías lo había puesto allí, y preguntaba por qué Jeremías seguía dando esta profecía: «Esto dice el Señor
: “Estoy a punto de entregar esta ciudad al rey de Babilonia, y él la tomará.
4
El rey Sedequías será capturado por los babilonios
y llevado a encontrarse cara a cara con el rey de Babilonia.
5
Él llevará a Sedequías a Babilonia y allí me ocuparé de él —dice el Señor
—. Si ustedes pelean contra los babilonios, no vencerán”».
6
En ese tiempo el Señor
me envió un mensaje. Me dijo:
7
«Tu primo Hanameel, hijo de Salum, vendrá y te dirá: “Compra mi terreno en Anatot. Por ley tienes derecho a comprarlo antes de que lo ofrezca a algún otro”».
8
Entonces, así como el Señor
dijo que haría, mi primo Hanameel vino y me visitó en la cárcel. Me dijo: «Por favor, compra mi terreno en Anatot en la tierra de Benjamín. Por ley tienes el derecho de comprarlo antes de que lo ofrezca a algún otro, así que cómpralo para ti». Entonces supe que el mensaje que había oído era del Señor
.
9
Así que compré el terreno en Anatot pagándole a Hanameel diecisiete piezas
de plata.
10
Firmé y sellé la escritura de compra delante de testigos, pesé la plata y le pagué.
11
Entonces tomé la escritura sellada y una copia de la escritura no sellada con los términos y condiciones de la compra,
12
y se las di a Baruc, hijo de Nerías y nieto de Maaseías. Hice todo esto en presencia de mi primo Hanameel, de los testigos que firmaron la escritura y de todos los hombres de Judá que estaban allí en el patio de la guardia.