2
«Esto dice el Señor
: “Ponte de pie en el atrio que está delante del templo del Señor
y haz un anuncio a la gente que ha venido de toda Judá a adorar. Dales mi mensaje completo sin que falte una sola palabra.
3
Quizá te escuchen y se aparten de sus malos caminos. Entonces cambiaré de parecer acerca del desastre que estoy por derramar sobre ellos a causa de sus pecados”.
4
»Diles: “Esto dice el Señor
: ‘Si ustedes no me escuchan ni obedecen la palabra que les he dado
5
ni tampoco escuchan a mis siervos, los profetas —porque los envié una y otra vez para advertirles, pero ustedes rehusaron escucharlos—,
6
entonces destruiré este templo así como destruí a Silo, el lugar donde estaba el tabernáculo. Y haré que Jerusalén se convierta en objeto de maldición en cada nación de la tierra’”».
7
Los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo escucharon a Jeremías mientras hablaba frente al templo del Señor
;
8
pero cuando Jeremías terminó su mensaje, habiendo dicho todo lo que el Señor
le ordenó que dijera, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo que estaba junto al templo lo atacaron en masa. «¡Mátenlo! —gritaban—.
9
¿Qué derecho tienes de profetizar en el nombre del Señor
que este templo será destruido como lo fue Silo? ¿Qué quieres decir cuando afirmas que Jerusalén será destruida y dejada sin habitantes?». Así que todo el pueblo lo amenazaba mientras él estaba frente al templo.
10
Cuando los funcionarios de Judá oyeron lo que pasaba, corrieron del palacio a sentarse a juzgar junto a la puerta Nueva del templo.
11
Los sacerdotes y los profetas presentaron sus acusaciones a los funcionarios y al pueblo. «¡Este hombre debe morir! —dijeron—. Ustedes han escuchado con sus propios oídos lo traidor que es, porque ha profetizado contra esta ciudad».
12
Entonces Jeremías habló en su propia defensa a los funcionarios y al pueblo. «El Señor
me envió para profetizar contra este templo y contra esta ciudad —dijo—. El Señor
me dio cada una de las palabras que he hablado;
13
pero si ustedes dejan de pecar y comienzan a obedecer al Señor
su Dios, él cambiará de parecer acerca del desastre que anunció contra ustedes.
14
En cuanto a mí, estoy en sus manos, hagan conmigo lo que mejor les parezca.
15
¡Pero si me matan, tengan por seguro que estarán matando a un inocente! La responsabilidad por semejante acción caerá sobre ustedes, sobre esta ciudad y sobre cada persona que vive en ella. Pues es totalmente cierto que el Señor
me envió a decir cada palabra que ustedes han oído ».
16
Así que los funcionarios y el pueblo les dijeron a los sacerdotes y a los profetas: «Este hombre no merece la pena de muerte porque nos ha hablado en el nombre del Señor
nuestro Dios» .
17
Entonces algunos de los sabios ancianos se pusieron de pie y hablaron a todo el pueblo reunido en ese lugar.
18
Dijeron: «Recuerden cuando Miqueas de Moréset profetizaba durante el reinado de Ezequías de Judá. Él le dijo al pueblo de Judá:
“Esto dice el Señor
de los Ejércitos Celestiales:
‘El monte Sión quedará arado como un campo abierto;
¡Jerusalén será reducida a escombros!
Un matorral crecerá en las cumbres,
donde ahora se encuentra el templo’”.
19
»¿Acaso el rey Ezequías y el pueblo lo mataron por lo que dijo? No, se apartaron de sus pecados y adoraron al Señor
. Le suplicaron misericordia. Entonces el Señor
cambió de parecer acerca del terrible desastre que había declarado contra ellos. Así que estamos a punto de perjudicarnos a nosotros mismos».
20
En ese tiempo, Urías hijo de Semaías, de Quiriat-jearim, también profetizaba en nombre del Señor
; y predijo el mismo terrible desastre contra la ciudad y la nación igual que Jeremías.
21
Cuando el rey Joacim junto con los oficiales militares y los demás funcionarios escucharon lo que dijo, el rey envió a alguien para matarlo. Sin embargo, Urías se enteró del plan y escapó a Egipto atemorizado.
22
Entonces el rey Joacim envió a Elnatan, hijo de Acbor, a Egipto junto con algunos otros hombres para que capturaran a Urías.
23
Lo tomaron prisionero y lo trajeron de regreso al rey Joacim. Así que el rey mató a Urías a espada y mandó que lo enterraran en una fosa común.
24
No obstante, Ahicam, hijo de Safán, respaldó a Jeremías y persuadió al tribunal de no entregarlo a la multitud para que lo matara.