4
Debido a las cosas perversas que Manasés, hijo de Ezequías, rey de Judá, hizo en Jerusalén, haré a mi pueblo objeto de horror para todos los reinos de la tierra.
5
»¿Quién tendrá compasión de ti, Jerusalén?
¿Quién llorará por ti?
¿Quién se tomará la molestia de preguntar cómo estás?
6
Tú me has abandonado
y me has dado la espalda
—dice el Señor
—.
Por eso, levantaré mi puño para destruirte.
Estoy cansado de darte siempre otra oportunidad.
7
Te aventaré como el grano a las puertas de las ciudades
y te quitaré tus hijos que tanto quieres.
Destruiré a mi propio pueblo,
porque rehusó cambiar sus malos caminos.
8
Habrá más viudas
que granos de arena a la orilla del mar.
Traeré al destructor al mediodía
contra las madres de los jóvenes.
Súbitamente haré que caiga sobre ellas
la angustia y el terror.
9
La madre de siete hijos se debilita y lucha por respirar;
su sol se puso mientras todavía es de día.
Ahora queda sin hijos,
avergonzada y humillada.
A los que queden, los entregaré
para que sus enemigos los maten.
¡Yo, el Señor
, he hablado!».
10
Queja de Jeremías
Luego dije:
—¡Qué aflicción tengo, madre mía!
¡Oh, si hubiera muerto al nacer!
En todas partes me odian.
No soy un acreedor que pretende cobrar
ni un deudor que se niega a pagar;
aun así todos me maldicen.
11
El Señor
respondió:
—Yo cuidaré de ti, Jeremías;
tus enemigos te pedirán que ruegues a su favor
en tiempos de aflicción y angustia.
12
¿Puede un hombre quebrar una barra de hierro que proviene del norte
o una barra de bronce?
13
Sin que a ellos les cueste nada,
entregaré tus riquezas y tesoros
a tus enemigos como botín,
porque el pecado corre desenfrenado en tu tierra.
14
Les diré a tus enemigos que te lleven
cautivo a una tierra extranjera.
Pues mi enojo arde como un fuego
que quemará para siempre.
15
Luego dije:
—S
, tú sabes lo que me sucede.
Por favor, ayúdame. ¡Castiga a mis perseguidores!
Por favor, dame más tiempo; no dejes que muera joven.
Es por tu causa que sufro.
16
Cuando descubrí tus palabras las devoré;
son mi gozo y la delicia de mi corazón,
porque yo llevo tu nombre,
oh Señor
Dios de los Ejércitos Celestiales.
17
Nunca me uní a la gente en sus alegres banquetes.
Me senté a solas porque tu mano estaba sobre mí
y me llené de indignación ante sus pecados.
18
¿Por qué, entonces, continúa mi sufrimiento?
¿Por qué es incurable mi herida?
Tu ayuda parece tan incierta como el arroyo estacional,
como un manantial que se ha secado.
19
Esto responde el Señor
:
—Si regresas a mí te restauraré
para que puedas continuar sirviéndome.
Si hablas palabras beneficiosas en vez de palabras despreciables,
serás mi vocero.
Tienes que influir en ellos;
¡no dejes que ellos influyan en ti!
20
Pelearán contra ti como un ejército en ataque,
pero yo te haré tan seguro como una pared de bronce fortificada.
Ellos no te conquistarán,
porque estoy contigo para protegerte y rescatarte.
¡Yo, el Señor
, he hablado!
21
Sí, te mantendré a salvo de estos hombres malvados;
te rescataré de sus manos crueles.