2
Así dice el SEÑOR: El camino de las naciones no aprendáis, ni de las señales de los cielos os aterroricéis, aunque las naciones les tengan terror.
3
Porque las costumbres de los pueblos son vanidad; pues un leño del bosque es cortado, lo trabajan las manos de un artífice con la azuela;
4
con plata y oro lo adornan, con clavos y martillos lo aseguran para que no se mueva.
5
Como los espantapájaros de un pepinar, sus ídolos no hablan; tienen que ser transportados, porque no andan. No les tengáis miedo, porque no pueden hacer mal, ni tampoco hacer bien alguno.
6
No hay nadie como tú, oh SEÑOR; grande eres tú, y grande es tu nombre en poderío.
7
¿Quién no te temerá, oh Rey de las naciones? Porque esto se te debe. Porque entre todos los sabios de las naciones, y en todos sus reinos, no hay nadie como tú.
8
Mas ellos a una son torpes y necios en su enseñanza de vanidades, pues su ídolo es un leño.
9
Plata laminada es traída de Tarsis y oro de Ufaz, obra del artífice y de manos del orfebre; su vestido es de violeta y púrpura; todo ello obra de peritos.
10
Pero el SEÑOR es el Dios verdadero; El es el Dios vivo y el Rey eterno. Ante su enojo tiembla la tierra, y las naciones son impotentes ante su indignación.
11
Así les diréis: Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra, perecerán de la tierra y de debajo de los cielos.
12
El es el que hizo la tierra con su poder, el que estableció el mundo con su sabiduría, y con su inteligencia extendió los cielos.
13
Cuando El emite su voz, hay estruendo de aguas en los cielos; El hace subir las nubes desde los extremos de la tierra, hace los relámpagos para la lluvia y saca el viento de sus depósitos.
14
Todo hombre es torpe, falto de conocimiento; todo orfebre se averguenza de su ídolo; porque engañosas son sus imágenes fundidas, y no hay aliento en ellas.
15
Vanidad son, obra ridícula, en el tiempo de su castigo perecerán.