1
Esto dice el Señor
:
«El cielo es mi trono
y la tierra es el estrado de mis pies.
¿Podrían acaso construirme un templo tan bueno como ese?
¿Podrían construirme un lugar de descanso así?
2
Con mis manos hice tanto el cielo como la tierra;
son míos, con todo lo que hay en ellos.
¡Yo, el Señor
, he hablado!
»Bendeciré a los que tienen un corazón humilde y arrepentido,
a los que tiemblan ante mi palabra.
3
Pero a los que escojan sus propios caminos
y se deleiten en sus pecados detestables,
no les aceptaré sus ofrendas.
Cuando tales personas sacrifiquen un toro,
no será más aceptable que un sacrificio humano.
Cuando sacrifiquen un cordero,
será como si hubieran sacrificado un perro.
Cuando traigan una ofrenda de grano,
igual sería que ofrecieran sangre de cerdo.
Cuando quemen incienso,
será como si hubieran bendecido a un ídolo.
4
Yo les enviaré grandes dificultades:
todas las cosas que ellos temían.
Cuando los llamé, no me respondieron.
Cuando les hablé, no me escucharon.
Pecaron deliberadamente ante mis propios ojos
y escogieron hacer lo que saben que yo desprecio».
5
Escuchen este mensaje del Señor
,
ustedes que tiemblan ante sus palabras:
«Su propio pueblo los odia
y los expulsa por ser leales a mi nombre.
“¡Que el Señor
sea honrado! —se burlan—.
¡Alégrense en él!”.
Pero ellos serán avergonzados.
6
¿Qué es ese alboroto que hay en la ciudad?
¿Qué es ese ruido tan terrible que viene del templo?
Es la voz del Señor
,
vengándose de sus enemigos.
7
»Aun antes de que comenzaran los dolores de parto,
Jerusalén dio a luz un hijo.
8
¿Acaso alguien ha visto algo tan extraño como esto?
¿Quién ha oído hablar de algo así?
¿Acaso ha nacido una nación en un solo día?
¿Acaso ha surgido un país en un solo instante?
Pero para cuando le comiencen los dolores de parto a Jerusalén,
ya habrán nacido sus hijos.